jueves, 10 de enero de 2013

EL SARCÓFAGO DE MICERINOS, EN AGUAS DE CARTAGENA



En esta entrada hablaremos sobre un rumor que trata de que un buceador local conoce la localización del sarcófago de Micerino, y que logró recuperar una pequeña campana en la que se lee Beatrice, la pequeña goleta que zozobró a la entrada del puerto de esta ciudad, donde se transportaba este el 13 de octubre de 1838.
Menkaure, o como los griegos lo llamaron, Micerino (2539 a 2511 a.C.), fue el sexto rey de la IV Dinastía, encuadrada en el Imperio Antiguo. Los testimonios más significativos de esa Dinastía son las Pirámides de Giza, siendo la tercera de ellas la levantada por nuestro faraón. Micerino erigió su pirámide junto a las de su padre y su abuelo, Kefrén y Kéops; a raíz de la campaña egipcia de Napoleón, del descubrimiento de la Piedra Rosseta y de los trabajos de Champollion, se despertó en Europa del siglo XIX la llamada “egiptomanía”, que provocó la llegada a Egipto de científicos dispuestos a desentrañar sus misterios, viajeros curiosos y ávidos conocedores de las maravillas del país del Nilo. Y, junto a todos ellos, llegaron también aventureros y buscadores de tesoros. En 1837, el coronel británico Richard Howard Vyse exploró la pirámide de Micerino. Al llegar a la primera cámara sepulcral, encontró un sarcófago de basalto, dentro del cual se hallaba un segundo sarcófago antropomorfo elaborado en madera, que contenía restos humanos.
Tanto el sarcófago de madera – actualmente en el British Museum – como los huesos encontrados en él, han sido atribuidos a dos personas de época diferente y datados unos en época saíta (siglos VII-VI a.C.) y otros, en paleocristiana, lo que significa que nada tienen que ver con los del faraón. Posiblemente, la tumba saqueada de Micerino fue hallada en época saíta, y los sacerdotes habrían colocado un nuevo sarcófago de madera en la tumba, para proceder a su enterramiento; esta tumba fue de nuevo violada, y en época cristiana se repitió el procedimiento.
No obstante, Howard Vyse no llegó a conocer estos datos, obviamente, y en 1838 fletó dos embarcaciones, en las que cargó el botín de sus exploraciones: gran cantidad de piezas arqueológicas, entre ellas el sarcófago de basalto, el de madera y los restos humanos. El sarcófago de Micerino fue embarcado a finales de 1838 en la goleta inglesa Beatrice, que debía transportarlo hasta Inglaterra, teniendo como destino final el British Museum de Londres. La derrota seguida por el buque incluía una escala en Chipre, donde se sabe movió parte de su carga, continuando su viaje hacia las costas españolas, donde el 13 de octubre le sorprendió un fuerte temporal, y su capitán, ante la gravedad de la situación, decidió poner rumbo hacia Cartagena, el puerto más próximo, pero se hundió antes de que pudiera entrar en él. Por fortuna, se salvo toda la tripulación, aunque se perdiera la carga que transportaba.
Sólo disponemos de un grabado de regular factura en el que aparece el sarcófago de Micerino tal y como debió encotrarlo Howard Vyse, pero supone sin lugar a dudas una obra maestra del Imperio Antiguo y una pista de gran valor sobre un período de la historia de Egipto aún hoy lleno de misterio. Por ello, y pese a que encontrar el sarcófago de Micerino puede parecer, a primera vista, una utopía, ha habido varios intentos para su recuperación, siendo realmente ímprobos en esfuerzo y voluntad (ya que, si ya es difícil localizar galeones hundidos, en los cuales hay grandes cantidades de metal que permiten su detección por los sonares de barrido, en este caso, una pequeña goleta de madera, es prácticamente imposible de ubicar, máxime en un sector rodeado de pecios de todo tipo y de todas las épocas). Dos poderosas razones animan a ello: la primera se basa en el informe del capitán, que describe el choque contra rocas cerca ya de la entrada del puerto, y la segunda, por el hecho de que toda la tripulación llegó sana y salva a la costa, lo que indica que el lugar del naufragio no podía estar muy lejos de ella.
Así, el primer intento de rescate se realizó en 1984-1985, por parte del Ministerio de Cultura, esperando la ayuda y medios de la Armada, cosa que nunca se hizo y no dio el menor fruto: el segundo, en 1995, por parte de la Fundación Arqueológica Clos, logró limitar el área de búsqueda a un lugar bastante concreto, pero la investigación de nuevo fue paralizada.
Por último, el mismo Gobierno egipcio inició en 2008 nuevas pesquisas, incluso tanteando a National Geographic y a Robert Ballar, el descubridor del Titanic en 1985, pero, a día de hoy, el último descanso del faraón de la IV Dinastía continúa siendo una incógnita en el fondo del litoral entre Cabo de Palos y Mazarrón.

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